Te acaricié con mí mirada;
te observé, me quedé anonadada,
en voz baja y en tus oídos recité
tus vicios…
con mis labios te besé y resucité
a tu carne, 
con un beso pensado para ti,
 lleno de deseo… de amor,
 me abrazaste;
y me sentí en tu cuerpo acomodada, 
tan segura, 
tan extrañamente feliz,
 que no me importo que casi rompieras mis huesos,
 y quemaras mi piel apretándola contra ti, 
mientras que con tu mano acariciabas mi nuca,
 apretabas mis mejillas con tus dedos y besabas con tus labios mi rostro con aquella ternura reposada que ese día me ofreciste;
Ante mi templo te inclinaste y musitaste,
 desenredando el maleficio de no ser poseída por nadie y me hiciste tuya… tuyo mis besos, mi piel, mi carne, mi voz,
mis gemidos…
¡mi cuerpo entero!
sintiéndome mujer…
¡más mujer que ninguna!
Me jodiste el amor…
Jodiste mis deseos…
Y nos jodimos la vida…
“No me arrepentiré jamás de nada”.



/(Editado del original)\

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